Vengo del Sol

Romina tenía la mágica frescura de la adolescencia. Su mirada era como un saludo, su sonrisa casi una advertencia, como una canción de bienvenida. Seguramente, nadie hubiese dejado de mirarla aquella tarde cuando la conocí, hace ya más de quince años. Había llegado al consultorio aquejada por problemas urinarios.

Tenía una despreocupada apariencia y una oportuna razón para comenzar a vivir: el divorcio de sus padres era la ocasión para independizarse de una madre tan ausente como llena de prejuicios y de un padre de rigidez militar y con esa severidad a la que nunca se logra conformar. A los 19 años, con una historia de vida breve y al inicio de una carrera universitaria, su propósito inmediato y su mayor anhelo eran asumir con intensidad esa lograda libertad. Romina era simple, sencilla, acaso sensible, en parte variable y algo indiscreta. Pulsatilla curó su cistitis y por un tiempo no la vi más.